Bitácora
Tlalpan es
una de las avenidas que más frecuento durante mi rutina diaria. Después de varios años he notado que en esta
región, la prostitución es una constante sin importar la hora o el día. Tanto
mujeres como hombres abarcan distintas esquinas durante el medio día, a las
cuatro de la tarde, a las nueve de la noche y a las cinco de la madrugada; la
profesión más vieja del mundo no descansa.
Durante
esta misma rutina he sido testigo de un pequeño porcentaje de la violencia que
es ejercida contra estas trabajadoras, no por parte de sus padrotes o sus
clientes, sino los transeúntes que del mismo modo que yo recorren esta avenida.
He visto y escuchado también la creatividad con la que logran cautivar a algún
cliente potencial.
Me
sorprende la forma en que este negocio le ha dado forma a la arquitectura de
una avenida tan larga como lo es Tlalpan; hay un hotel de paso casi en cada
esquina. Este hecho me lleva a una pregunta del estilo del huevo y la gallina:
¿Qué fue primero, las putas, o los hoteles?
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¿Por qué la
prostitución es ilegal? En muchas ciudades de la antigüedad era un oficio legal
y respetado; tenemos registro de los grafitis en Pompeya, por ejemplo. En el
antiguo imperio romano los gladiadores tenían derecho a una mujer; los miembros
del senado tenían sexo con sus esclavas (o esclavos) y no era un hecho que
debían ocultar.
Incluso
actualmente hay países en los que la prostitución es legal. Ámsterdam es uno de
los mejores ejemplos que demuestran lo funcional que puede llegar a ser este
negocio dentro de la legalidad. Hay incluso un sitio web donde puedes encontrar
información acerca del distrito rojo, precios, paquetes para turistas y hasta
una tienda en línea. Se le llama “Prostitution Information Center”.